México: el costo financiero de un territorio sin garantías

Eduardo Rivera, columna, Conexión Global Eduardo Rivera, columna, Conexión Global

En México hay temas que algunos prefieren ignorar, pero que quienes movemos capital no podemos pasar por alto. Uno de ellos es la seguridad, que dejó de ser una preocupación secundaria para convertirse en un filtro que decide si un proyecto se desarrolla o desaparece. Mientras algunos intentan maquillar la situación, las empresas internacionales ya la tratan como un factor que determina inversiones, expansión y permanencia.

En países donde la estabilidad es regla, las compañías no tienen que calcular rutas alternas para mover mercancía ni revisar dos veces la exposición de sus equipos en campo. Aquí, en cambio, cualquier inversión requiere medidas adicionales que inflan costos y disminuyen márgenes. Los inversionistas pueden aceptar impuestos altos, burocracia lenta o mercados pequeños; lo que no aceptan es la sensación de estar expuestos sin respaldo.

La marcha de la Generación Z y el megabloqueo de transportistas y campesinos, que inició el lunes,  y que representan cada día pérdidas de millones de pesos, entran en este escenario como un recordatorio de algo que muchos se niegan a reconocer: la juventud y los representantes de los principales sectores económicos del país, ya no confían en que el sistema responda. La movilización no solo expresa inconformidad social, también revela un clima que ningún empresario puede ignorar.

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Porque cuando estos grupos se organizan para señalar fallas estructurales, el mensaje que leen los analistas internacionales es claro: hay tensión, hay fracturas y hay incertidumbre. Por otro lado, quienes afirman que estas manifestaciones responden a maquinaciones de la oposición, muestran una lectura superficial y, francamente, cómoda. Esa narrativa pretende reducir un malestar social evidente a un juego menor entre grupos políticos, como si miles de personas salieran a las calles por simple capricho inducido.

Esa explicación funciona para quienes necesitan minimizar cualquier señal de inconformidad, pero no aporta nada al análisis serio del clima económico. Atribuir estas expresiones públicas a “órdenes venidas desde la oposición” evita discutir lo que realmente inquieta a quienes observan un país paralizado.

Transportistas y productores rurales exigen atención urgente a temas que consideran críticos como la exigencia de mayor vigilancia en carreteras y el pago de apoyos atrasados, entre otros. Mientras que, los jóvenes, protestaron contra el Gobierno de Claudia Sheinbaum ante la inseguridad, la corrupción y el asesinato de Carlos Manzo.

En lugares donde las manifestaciones surgen como expresión de discrepancias, las empresas distinguen entre protesta y riesgo. En México, en cambio, las movilizaciones suelen relacionarse con un malestar más profundo, y eso impacta directamente en la imagen del país. Cuando se mezcla inseguridad con señales de desconfianza generacional, el diagnóstico se vuelve más severo: México es un territorio que necesita ajustes serios para ofrecer certezas.

Yo lo digo sin rodeos: la seguridad no es un tema policiaco, es un soporte económico. Sin ella, todo lo demás es adorno. Y si no atendemos esta realidad, otros países seguirán captando los proyectos que México pierde por no garantizar algo tan básico como certeza y orden.

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