El T-MEC nunca fue simplemente un acuerdo de libre comercio. Hoy atraviesa la turbulencia de una reconfiguración del orden global, económico y geopolítico.
Su viabilidad y futuro enfrentan una doble amenaza: la crisis del capitalismo democrático y el segundo mandato del presidente Donald Trump, caracterizado por un enfoque radical en materia comercial.
Como advierte el economista Martin Wolf en su libro La crisis del capitalismo democrático: “El capitalismo puede conducir a la democracia, pero luego puede destruirla”. Identifica factores como la creciente desigualdad, la concentración del poder y el debilitamiento institucional como elementos que erosionan las democracias desde dentro. Estados Unidos, el ancla del T-MEC, no es la excepción.
Durante su segundo mandato, Trump ha impuesto aranceles de distinta magnitud a productos provenientes de México y de otras partes del mundo, como parte de una política proteccionista (nacionalista) generalizada hacia el comercio exterior. Estas medidas se han justificado bajo el argumento de proteger empleos y la seguridad nacional. Desde enero de 2025, en sus discursos se le ha escuchado afirmar: “En lugar de gravar a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, gravaremos a otros países para enriquecer a nuestros ciudadanos”. Esta lógica rompe con décadas de reglas multilaterales, introduciendo una dinámica de negociación marcada por la presión política.
Entre enero y abril de 2025, el intercambio comercial con México representó el 14.7% del comercio global de Estados Unidos, superando a Canadá (13.0%), China (8.7%), Suiza (4.4%) y Alemania (4.3%).
Además, el comercio bilateral entre México y Estados Unidos se concentró en tres estados: Texas (34.4%), California (11.2%) y Míchigan (10.7%), que juntos representaron el 56.4% del total. Esta tendencia se ha mantenido estable a lo largo de los años.
La interdependencia es profunda, pero los jugadores son los mismos y las reglas han cambiado. Las cadenas de valor están en riesgo. El nearshoring pierde fuerza ante la incertidumbre, y la revisión del T-MEC en 2026 ya no será un ejercicio técnico, sino ideológico.
Desde 1994, el tratado ha generado entre cinco y seis millones de empleos directos. La Secretaría de Economía estima que aproximadamente el 37% de los empleos formales en México están vinculados directa o indirectamente al T-MEC.
México necesita una estrategia de doble vía:
- Interna:
Reformar su modelo económico desde adentro. Incluir a las mipymes, continuar invirtiendo en infraestructura en el sur del país y fortalecer el Estado de derecho son pasos esenciales. Como señala Martin Wolf: “Si las reformas necesarias han de suceder, las élites deben desempeñar un papel central… deben sentirse responsables del bienestar de su república y de sus ciudadanos.” - Externa:
Negociar con firmeza, respaldado por datos, construir alianzas con Canadá y sectores productivos de EUA, y diversificar relaciones con Europa y Asia. El tratado debe protegerse, pero no a costa de la soberanía.
Wolf concluye: “Ni la democracia liberal ni el capitalismo de libre mercado parecen en absoluto triunfantes hoy”. En este contexto, el T-MEC debe transformarse en una herramienta para reconstruir la confianza, promover la prosperidad compartida y revitalizar la legitimidad democrática.
Para México, la tarea es clara: resistir, transformar y liderar.