La historia del emprendimiento femenino en México está marcada por la resiliencia. Muchas mujeres han emprendido no sólo por oportunidad, sino por necesidad: tras la pérdida de un empleo, por el deseo de independencia o como herederas de negocios familiares que deciden no dejar caer. Sin embargo, como enseña James Allen en “Como el hombre piensa”: “Cada ser humano es forjador de sí mismo en virtud de sus pensamientos”. Estas emprendedoras han transformado la adversidad en determinación, construyendo un camino propio.
Los datos son contundentes: 6.8 millones de mujeres emprendedoras, que representan el 27.5% de las mujeres ocupadas, y un crecimiento estable en los últimos años. Sin embargo, un 82% aún opera en la informalidad, lo que revela un reto urgente: facilitar su formalización con menos trabas administrativas y mayor acceso a crédito. El liderazgo femenino no necesita concesiones, necesita condiciones justas.
Bethany Hamilton, surfista profesional que a los 13 años perdió un brazo tras el ataque de un tiburón, es ejemplo de que la resiliencia no significa resistir pasivamente, sino adaptarse y triunfar en medio de la adversidad . Así ocurre con las emprendedoras mexicanas: con una “mano menos”, muchas veces por falta de recursos o apoyo, siguen cabalgando las olas de la economía digital y local.
John Maxwell recuerda que “el liderazgo no se trata de títulos, posiciones o diagramas de flujo, se trata de una vida influyendo en otra”. Cada mujer que emplea a otra, que inspira a sus hijos a creer en el esfuerzo, que se atreve a innovar en un mercado saturado, está multiplicando su liderazgo más allá de las cifras.
Estas emprendedoras viven su independencia, y en esa libertad radica la semilla de una transformación colectiva.