El despliegue de tres destructores lanzamisiles de Estados Unidos cerca de las costas venezolanas a finales de agosto de 2025 desencadenó una crisis que Nicolás Maduro aprovechó para consolidar su narrativa de asedio externo. La respuesta inmediata de Caracas fue una movilización sin precedentes de la Milicia Bolivariana, un cuerpo civil armado, en un intento por demostrar fortaleza y unidad frente a lo que califica como una amenaza imperial. Este episodio intensifica una pugna diplomática que se arrastra por décadas y tiene profundas repercusiones en la política interna venezolana.
La administración Trump fundamenta su acción en la lucha contra el narcotráfico. Karoline Leavitt, portavoz de la Casa Blanca, afirmó que el objetivo es “impedir la llegada de drogas” a territorio estadounidense y acusó al gobierno de Maduro de operar como un “cartel del narcoterror”. Washington ofrece una recompensa de 50 millones de dólares por la captura del mandatario venezolano, a quien señala como líder del Cartel de los Soles. Más allá de la retórica, analistas señalan que el movimiento sirve a Trump para proyectar una imagen de firmeza ante su electorado doméstico en un año electoral.

La movilización interna y el reclutamiento civil en Venezuela
Frente a esta presión, la estrategia de Maduro se centró en el frente interno. El llamado a alistar a 4,5 millones de milicianos se propagó con la consigna #YoMeAlisto, utilizando plazas públicas y edificios gubernamentales para el registro. La medida, de una escala numérica cuestionada por expertos, busca crear una narrativa de resistencia nacional. Analistas como Edward Rodríguez destacan la imposibilidad logística de tal cifra, que supera incluso los votos obtenidos por el oficialismo en las últimas elecciones presidenciales. El acto de alistamiento de figuras como Camila Fabri, esposa del empresario Alex Saab, buscó darle un rostro público a esta campaña.
Este esfuerzo de movilización masiva tiene un objetivo claro: generar cohesión interna. Mariano de Alba, especialista en geopolítica, apunta que existe un “esfuerzo mediático para resaltar que su gobierno está bajo asedio”. Al enmarcar la crisis como una agresión externa, el gobierno desvía la atención de los problemas económicos crónicos que afectan a la población. Además, este clima de emergencia nacional facilita la justificación de medidas de control político, como la purga de disidentes dentro del chavismo o el arresto de opositores bajo el cargo de conspiración.
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El equilibrio regional y las consecuencias a futuro
La crisis trasciende las fronteras de Venezuela y polariza a la región. Mientras países como Trinidad y Tobago brindaron su apoyo tácito a la operación antidrogas estadounidense, otras naciones alzaron su voz en contra. El presidente de Bolivia, Luis Arce, y su predecesor, Evo Morales, condenaron enérgicamente el despliegue militar, calificándolo de “infamia” y acto intervencionista. Francia, por su parte, incrementó su presencia naval en Guadalupe y Martinica, argumentando que es parte de una estrategia coordinada contra el narcotráfico en el Caribe.
La viabilidad de una invasión militar directa sigue siendo baja, según la mayoría de los analistas. El costo político para Estados Unidos sería enorme y debilitaría su posición en otros escenarios globales. No obstante, el daño colateral de esta escalada retórica ya es tangible.
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