Las grandes ciudades tienen vida propia. No son las mismas calles de Nueva York las que se plasman en las páginas de Paul Auster ni las que vemos con Woody Allen. Mucho menos las que plasma Oscar Xavier Altamirano en Muerte sin testigo, obra con la que debuta en la novela, tomando decisiones dolorosas, pero necesarias.
A través de las páginas del libro de la Colección Andanzas de Tusquets Editores, el autor nos transporta a la novela negra, a un caso en el que dudamos sobre lo que es verdad o mentira; lo que pasó, lo que no pasó, lo que los personajes piensan que pasó y lo que nuestra imaginación nos dice. Se tratan de misterios que mientras avanza la trama, planteamos nuevas preguntas a la vez que con los giros el lector se adentra en la investigación.
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Tras ensayos célebres como Poe: El trauma de una era, el autor se orilla por primera vez a un thriller. La investigación literaria ahora lo llevan a sembrar las semillas de un caso, uno en el que su exigencia lo llevó a crear una obra redonda que atrapa al lector desde la primera oración. Esto no fue sencillo, pues como admitió en entrevista con Mundo Ejecutivo CDMX, incluso tuvo que desechar cerca del 40% del manuscrito original para que la historia encontrara su ritmo.
El resultado es una Manhattan que apuesta por la tensión sostenida, el giro sorpresivo y una prosa que fluye con naturalidad, sin perder densidad literaria.
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De Nueva York a Nueva York: ecos, no influencias
Altamirano reconoce que la escritura de ficción lo obligó a romper con los parámetros del ensayo académico y con la lógica del análisis crítico. El salto mayor no fue el cambio de formato, sino de mentalidad: “La investigación y la ficción son mundos totalmente distintos; uno te pide mirar hacia afuera, tratar de comprender a alguien más, y el otro te exige mirar hacia adentro y descubrir qué tienes que decir tú. Ese giro me cambió la jugada por completo”.
Cuestionado respecto a las resonancias que surge en el lector sobre La Trilogía de Nueva York, de Paul Auster, y evocaciones a Woody Allen, Oscar Xavier Altamirano insiste en que ninguna de estas influencias estuvo presente en Muerte sin testigo. Confiesa que ni siquiera sabía que estaba escribiendo una novela cuando surgieron las primeras páginas.
“Las referencias vinieron después, no antes”, explica. “Auster tiene una prosa propulsiva, que empuja al lector a seguir avanzando, pero el Nueva York que aparece en Muerte sin testigo es otro: no es Brooklyn, es Manhattan; no es nostálgico, sino más introspectivo”, resalta.
Más que una huella consciente, el autor prefiere hablar de “ecos”, un término que define a esta ciudad que se filtra en la literatura, en el cine, en el arte en general. “Nueva York tiene miles de ecos; cuando escribes ahí, inevitablemente alguno te alcanza”, comenta.
Oscar Xavier Altamirano y el espíritu de Poe en Muerte sin testigo
Una influencia más profunda proviene de Edgar Allan Poe. No en las estructuras detectivescas sino en el trasfondo poético. Altamirano reconoce que la construcción de la víctima se alimenta del “principio poético” de Poe, aquel que sostiene que nada es más conmovedor que la muerte de una doncella.
También detecta, en retrospectiva, un parentesco lejano con La caída de la casa Usher: “Son analogías que nadie va a ver, y no tienen por qué verlas; están enterradas en un nivel íntimo, pero formaron parte del proceso”.
En Muerte sin testigo, el lector encuentra una historia accesible, de lenguaje llano, que busca ante todo la claridad narrativa de Oscar Xavier Altamirano. El resultado es un thriller donde la tensión se sostiene y el giro final reorganiza por completo el sentido de la trama. “No es una novela compleja en el estilo, pero sí en la arquitectura emocional”, afirma el autor.
Una escena de clase y el nacimiento de un personaje
El origen de la novela es casi anecdótico. Comenzó cuando el autor pidió a sus alumnos que escribieran tomando como punto de partida un cortometraje de Alfred Hitchcock. Todos debían desarrollar una situación inicial y transformarla en una escena literaria. Nadie excepto él hizo este ejercicio, lo que pronto cobró vida para traducirse en una el nacimiento de Frankie Armstrong, el protagonista.
“Lo único que hacía falta era que esa chispa se encendiera”, recuerda. “De pronto vi que esa escena tenía futuro, pero no sabía hasta dónde podía llevarme”, insiste.
Si bien el detonante provino de Hitchcock, Muerte sin testigo se aparta pronto del interés meramente policíaco. El misterio es importante, pero no lo esencial. Lo que de verdad le interesaba al autor era mostrar qué pasa con los personajes después de resolver el crimen: qué hace un matrimonio frente a la sombra de una tragedia, cómo se sostiene o se desmorona una vida cuando lo más turbio ya ha ocurrido.
Ese enfoque le dio a la novela un tono particular: no es solo una historia sobre el enigma, sino sobre las consecuencias del enigma.
El trabajo invisible: cien borradores y una poda del 40%
Si algo define la gestación de Muerte sin testigo es la disciplina de Oscar Xavier Altamirano. El autor reconoce que el proceso fue “agotador”, lleno de correcciones sucesivas que lo alejaban de cualquier idea de versión definitiva.
Guardó más de cien documentos, cada uno con pequeñas variaciones, hasta que dejó de titularlos como “definitivos” y empezó a ordenarlos por fecha. La verdadera transformación llegó durante la edición, cuando una lectura externa le permitió ver los puntos débiles que él mismo era incapaz de detectar.
“Había partes que aletargaban la historia, pero yo ya no las veía”, admite. Fue su editora quien marcó las zonas que no funcionaban, y él se encargó de reescribirlas, sintetizarlas o eliminarlas.
El resultado fue drástico: cerca del 40% del libro se fue a la basura. “Pero lejos de desarticular la novela, la articuló mejor”, asegura. El ritmo cambió, la tensión se refinó y la historia tomó “la forma que siempre había buscado”.
También fue necesario corregir la lógica de ciertas escenas, ajustar diálogos y cuidar que no hubiera repeticiones involuntarias. Todo bajo una premisa: la última mano siempre es del escritor. “La editora no tocó el texto; ella marcó y yo resolví. Ese es el arte de la edición”.
Del libro a la pantalla… ¿y a la siguiente novela?
La novela ya despertó el interés de lectores que imaginan una posible adaptación cinematográfica, incluso algunos productores sugirieron que la historia tiene el ritmo de un feature film. El autor se entusiasma ante la pregunta sobre la posibilidad de llevarlo a la pantalla, aunque reconoce que son lenguajes distintos. “En el libro, proyectas la película en la mente del lector, y ahí no hay rival. Por eso, cuando algo se adapta, el cineasta casi siempre pierde la partida”, dice.
Sobre si volverá a escribir otro thriller, el autor se muestra entusiasmado pero realista. No quiere apresurarse ni forzar un fenómeno:
“Me puse la vara muy alta y no sé si voy a poder repetirlo. Lo único que sé es que quiero hacerlo al mismo nivel. Pero para eso tienen que pasar dos cosas: ser honesto con la escritura y dejar que el entusiasmo tome el control”.
Oscar Xavier Altamirano sabe que su camino ya no es volver al ensayo, sino se encuentra en la ficción. Admite que en algún momento puede que regrese al ensayo, pero solo en su variante más íntima y personal. La novela, sin embargo, llegó para quedarse en su vida.
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