La reciente ofensiva aérea de Israel sobre Irán, el pasado 13 de junio, ha encendido alarmas en múltiples frentes geopolíticos. Más allá del impacto inmediato (el bombardeo de instalaciones nucleares, infraestructuras balísticas y medios estatales como la radiotelevisión IRIB) la operación ha sido leída por analistas y gobiernos como un intento deliberado de desestabilizar y, eventualmente, propiciar un cambio de régimen en la República Islámica.
Sin embargo, derrocar al líder supremo Ali Jamenei, quien encabeza el régimen desde 1989 tras la muerte del ayatolá Jomeini, no implicaría necesariamente la transición hacia un modelo democrático. Por el contrario, la falta de una oposición unificada, la complejidad étnica del país y la fuerza de los sectores más radicales dentro del aparato estatal hacen prever un escenario más cercano al caos que al consenso.
Ecos de Irak y Libia: el fantasma del vacío de poder
Desde Europa, las advertencias han sido claras. Durante la reciente cumbre del G7, el presidente francés Emmanuel Macron fue tajante: “El mayor error sería buscar un cambio de régimen en Irán por medios militares. Eso conduciría al caos, como ocurrió en Irak en 2003 o en Libia en 2011″. Sus palabras reflejan el temor generalizado de que repetir ese patrón en Irán provoque una desintegración estatal similar, con consecuencias regionales e internacionales incalculables.
De hecho, lo que siguió a las caídas de Sadam Husein y Muamar Gadafi fueron años de guerra civil, proliferación de milicias, y surgimiento de nuevos actores violentos que llenaron el vacío de poder. Para muchos expertos, Irán corre el mismo riesgo si su gobierno colapsa sin una alternativa sólida y consensuada.
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Sin oposición cohesionada ni liderazgo claro
A diferencia de otros países con movimientos prodemocráticos consolidados, la oposición iraní en el exilio y dentro del país está fragmentada y profundamente desacreditada entre diversos sectores de la sociedad.
Uno de los nombres más visibles es Reza Pahlavi, hijo del último shah de Irán, quien ha aprovechado el momento para declarar que “el régimen está colapsando” y que Jamenei “se esconde como una rata”. No obstante, su figura despierta más nostalgia que viabilidad. Su negativa a condenar los bombardeos israelíes, su cercanía con sectores sionistas y su discurso nacionalista generan desconfianza incluso entre quienes desean un cambio.
Por su parte, la Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán (OMPI), encabezada por Mariam Rajavi, insiste en que “el pueblo quiere derrocar al régimen”. Pero su pasado colaboracionista con Sadam Husein durante la guerra Irán-Irak sigue pesando, al igual que su estructura casi sectaria, que genera más rechazo que adhesión.
La posibilidad más peligrosa: una dictadura militar
Ante este panorama, algunos analistas prevén que el colapso del régimen islámico no daría paso a una democracia liberal, sino a una militarización total del poder. Carnegie Endowment destaca que los ataques israelíes están alcanzando “símbolos del régimen” y no solo objetivos militares, lo que sugiere una intención de debilitamiento sistémico.
Nicole Grajewski, experta del centro, advierte que, sin una estructura opositora fuerte, “otras entidades poderosas como los Guardianes de la Revolución podrían emerger como reemplazo del liderazgo actual”. Un escenario que implicaría una transición de la actual teocracia a una dictadura castrense, endureciendo aún más las políticas internas y externas del país.
Tensiones étnicas y territoriales latentes
Irán es, además, un país con una composición étnica diversa y sensible. Aunque los persas son mayoría, hay minorías importantes como kurdos, baluchíes, árabes y turcomanos. Un colapso del poder central podría desatar pulsiones separatistas y luchas internas, alimentadas por décadas de marginación.
Según Thomas Juneau, profesor de la Universidad de Ottawa, “no existe en este momento una alternativa democrática organizada que pueda asumir el control sin que se fracture el país o escale la violencia”. Para él, lo más probable en ese escenario es un recrudecimiento autoritario o un proceso de balcanización interna.
¿Y Occidente?
Mientras algunos actores internacionales podrían ver con buenos ojos un debilitamiento del régimen iraní, la mayoría teme un efecto dominó que desestabilice aún más Medio Oriente. Estados Unidos, con su historial en la región, parece dividido: mientras el presidente Donald Trump afirma saber “dónde se esconde Jamenei”, los sectores más institucionales en Washington temen abrir una nueva caja de Pandora.
Israel, por su parte, parece convencido de que su seguridad pasa por neutralizar la amenaza iraní incluso al precio de provocar un colapso interno. Pero la historia reciente enseña que los colapsos impuestos desde el exterior rara vez traen estabilidad, y muchas veces producen efectos contraproducentes.